"Que todas las montañas sean mías"

 "Que todas las montañas sean mías", dice Artemisa en el himno que le dedica Calimaco, y aclara que sólo bajará a la ciudad en ciertas ocasiones, cuando la necesiten. Pero aparte de las montañas y los bosques, también frecuenta los lugares que los griegos llaman agrós, las tierras baldías más allá de los campos cultivados que marcan los confines del territorio, los eschatiaí. No sólo es agreste (agrotéra), sino también Limnatis: propia de las ciénagas y las lagunas. También tiene su lugar a orillas del mar, en las zonas costeras donde se confunden los límites entre la tierra y el agua; reside en las regiones mediterráneas cuando desborda un río y las aguas estancadas crean un espacio que, sin secarse del todo, tampoco es propiamente acuoso y donde el cultivo resulta precario y peligroso. ¿Qué tienen en común esos lugares tan disímiles que pertenecen a la diosa y donde edifican sus templos? Más que espacios totalmente salvajes, que representan una alteridad radical con respecto a la ciudad y a las tierras habitadas por seres humanos, se trata de los confines, las zonas limítrofes, las fronteras donde se establece contacto con el Otro, donde se codean lo salvaje y lo cultivado: por cierto que para oponerse, pero a la vez para interpenetrarse...

 Jean-Pierre Vernant. La muerte en los ojos

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